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— Hace ya mas de un mes, dijo, y ántes de que conociera á Vd., he hecho una cosa que puede traerle sérios perjuicios.

— No comprendo. ¿Cómo puede Vd. haber hecho algo que pueda hacerme daño, sin haberme visto una vez siquiera?

— Ya se lo esplicará Vd. todo. Entre sus amigos hay uno en quien Vd. fia, y á quien Vd. dá la preferencia ¿no es verdad?

— Sí.

— Este amigo es Armando Dupont.

— No se equivoca Vd.

— Pues bien ¿qué pensaría Vd. si yo le dijera que ese amigo no lo es verdaderamente?

— ¡Quién sabe! exclamó Ernesto, recordando sus sospechas.

— Pues bien, yo le digo ahora que Dupont le engaña!

— Sí! exclamó el jóven, palideciendo.

Comprendió que el impenetrable velo que se extendia ante su vista iba á desgarrarse. Supuso que el enigma indescifrable que le habia hecho cavilar durante tanto tiempo, iba á tener explicacion.