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— Usted.

— Yo?

— Sí. A mi no me es posible. Podría ver en ello miras interesadas, y si nos engañamos tambien en lo que respecta á ese amor que nos parece que tiene á Manuela, habría yo dado un paso en falso.

— Es cierto.

— Es necesario no hacer las cosas atropelladamente.

— Ya lo creo! Podría resultar una nueva desgracia y es preciso evitarlo.

— Así, pues, usted se encarga de todo?

— Sí, señor.

— ¿Cuándo lo hará usted?

— Ahora mismo. Ernesto llegará de un instante á otro.

— Tenga usted mucho tacto. Que no sospeche las intenciones que la impelen á hablar con él.

— Pierda Vd. cuidado. Nada sospechará.

Dolores se asomó á la puerta.

— No ha vuelto aun, continuó. Su aposento está cerrado.

— Qué hace Manuela?

— Borda en la otra habitacion.