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— Pobre joven! decía la buena mujer. Oh! Si usted le viera. Está tan triste!.... Parece que la otra noche estaba como loco. Al dia siguiente ví sus ropas empapadas. Estaba en cama. Tenia fiebre...

— Cómo lo sabe usted?

— Porque fuí á su cuarto. No ignora usted que yo soy quien lo pone en órden. Cuando entré, se ncorporó en el lecho. Me dijo que sufria y pude ver sus ropas completamente empapadas. Ese dia no comió. Pero al siguiente, levantóse muy temprano y se fué á trabajar. Desde entónces lleva la cabeza inclinada sobre el pecho, como si estuviese agobiado por un inmenso dolor.

— Desgraciado! — Sí, desgraciado. Yo sé que no se sufre tanto por un desden recibido, cuando no se ama verdaderamente. El quiere con locura á Manuela.

— Usted lo crée?

— Estoy cierta de ello.

— Y Manuela?

— No lo sé, pero ha dado pruebas de lo contrario. Yo he sufrido casi tanto como Ernesto, cuando

e dijo aquellas palabras...