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desaparecer arrastrados por el torrente furioso de la. desdicha.

El escaso dinero con que contaban don Miguel y su hija, iba concluyéndose poco á poco.

Dolores lo supo y corrió á ver á Ernesto.

Relatóle en pocas palabras lo que estaba sucediendo, y el jóven, enternecido, no dudó ya en presentarse á Manuela.

No iba á solicitar su perdon, iba á pedir que aceptara su ayuda, quizá pensando en que fuera retribuida con un poco de amor.

Así es que, sin perder un minuto, presentóse en casa de Arello, acompañado por Dolores.

Manuela lo saludó friamente. Don Miguel le estrechó la mano.

— Señor, dijo él, turbado por completo, Vd. dispensará mi atrevimiento, pero... voy á hacerle un pedido.

— Un pedido? á mí?

— Si, señor, á Vd.

— Si está en mi mano acceder á él...

— Si, señor.

— Entonces ...

Ernesto no pudo continuar.