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tendrían que pedir limosna. Aquella niña era casi una heroina. Tenia la conciencia del deber, lo que la hacia fuerte en la lucha. Cada golpe sufrido por ella, la engrandecia, la daba mas vigor, por decirlo así. Cierto es que, por un instante, se habia sentido­ desfallecer; pero esa flaqueza duró poco; fué como esos momentos en que la batalla se detiene, no porque alguno de los bandos haya sido vencido, sino porque ambos repliegan sus fuerzas, para volver á la lid con nuevo ardor.

No era Manuela una de esas mujeres bellas y melancólicas, cuya vida, pintada por los poetas, es un eterno idilio. Sentia, sí; su corazon era tierno y amante; pero su voluntad pasaba antes que su corazon. Dió una prueba de ello cuando, creyendo á Ernesto una persona despreciable, arrancó de sí el amor que le tenia, ó mas bien, lo hizo ocultar en el fondo de su pecho.

Así, pues, consoló á su padre lo mejor que pudo, é hizo renacer en él la esperanza que lo habia abandonado un instante.

Dolores entró en ese memento y se impuso de todo.

La buena mujer habia estrechado relaciones con