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lenguas, ni de religiones; todos los hombres son iguales ante la ley del dolor, que es su código.

«Pero esa majestad terrible tiene, come las majestades de la tierra, sus favoritos.

«En estos es en quienes recae la mayor parte de favores, es decir, la mayor parte de las penas».

Ahora bien, Manuela y su familia estaban en ese caso: eran favoritos de la desdicha.

Varios dias despues de la presentacion de Lindoro, salió la jóven de su casa para llevar á la tienda los bordados que habia concluido.

Cuando estuvo de vuelta, D. Miguel notó en su voz que estaba llorosa, y la atrajo con cariño hácia su pecho.

— ¿Qué tienes? la preguntó.

— Yo.... nada.... nada.

— No me engañes, Manuela; algo te ha pasado.

— Pero ....

— Habla. Quiero saber lo que te aflije.

— Si nada me hace sufrir!

— Manuela .... Y la voz del anciano encerraba un reproche.

— Si, tienes razon. Hago mal en no confiarte este