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quiere la felicidad de su hija. Despues de todo, me parece que D. Ernesto no es tan malo como lo hace creer esa noticia. Quizá, tambien, no sea él el aludido. ¿En qué me fundaría yo para pensar que Gonzalez es capaz de olvidarse de sí mismo hasta ese punto? Jamás lo he visto en tal estado. aunque hace ya dos años que vivimos en la misma casa, y lo que de él dice el diario, dá la seguridad de que la otra noche no fué la primer vez que hizo de las suyas. Esa ceguedad mia es extraordinaria y no alcanzo á comprenderla.

Ernesto, ya lo hemos dicho, no habia caido nunca en la tentacion, ó mas bien muy pocas veces, porque nadie está exento de culpa, de modo que Dolores tenia razon cuando dudaba así.

Impelida por estas y otras reflexiones, la buena mujer corrió al encuentro de Manuela, para cerciorarse del estado en que la jóven se encontraba, y para saber á qué atenerse con respecto á sus sentimientos hácia Gonzalez. Abordó la cuestion desde la primera palabra.

— ¿No ha venido D. Ernesto? preguntó.

— No, por suerte para él, contestó Manuela.

— ¿Cómo por suerte?