De pronto la fisonomía de Armando se iluminó; habia encontrado una idea.
— No tratas á la gente que escribe, dijo. Voy á presentarte á un amigo mio, que es uno de los buenos poetas que tenemos. Esa relacion te hará bien.
— ¡Cuánto te lo agradezco! exclamó el jóven. Muchas veces he pensado en la manera de acercarme á una persona así. Tú me abres las puertas de la dicha. ¡Parece que hubieras escuchado mis deseos para hacer que se cumplieran! Y cuándo lo veré?
— Mañana vendré á buscarte.
Y luego añadió para sí:
— Lo presentaré al de los versos de Quevedo, que es el mayor pedante y el mayor calavera que se conozca. Quizá consiga él arrastrarlo á esas fiestas de que tantas veces he sido testigo. Entonces.... yo no tendria ya nada que temer!. ...
Pocos instantes despues se retiró.
Ernesto púsose á releer sus composiciones.
— ¡Cuándo los veré publicados, primeros hijos de mi imaginacion, murmuraba. En cada una de estas líneas, en cada uno de estos versos, he derramado