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cera. La pobre habitacion en que ocultaban su estrechez á los ojos de todos, pedía una persona que hiciese de ella una morada risueña. Manuela tenia la juventud, y todo cuanto la rodeaba parecia revivir á su contacto, porque la juventud es la alegria...

Una noche su pobre madre, ahogada por la fatiga, revolcábase en el lecho. El aire faltaba á sus pulmones doloridos, y sufria un martirio insoportable.

Manuela, desconsolada, corrió en busca de un médico.

A la puerta encontró á un jóven, que ocupaba una habitacion contigua á la suya y que por primera vez le dirijió la palabra. Hasta entonces habíase limitado á saludarla cuando se encontraban en el patio de la casa comun.

— Señorita ¿sale Vd. á estas horas? preguntó él. Son ya las once.

— Sí, señor Gonzalez; mi madre se agrava y...

— Va Vd. á buscar un médico?

— Justamente.

— Qué médico?

— El doctor Alvarez.