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adas á ellos. Quizá recordaba á Eugenia que tanto queria á Gonzalez; quizá pensaba en él, por mas que no lo mereciese ya. Dolores, de pié á su lado, mirábala como con miedo. Temia haber hecho daño á esa criatura tan débil al parecer.

— Quién me meteria á traerle este diario? pensaba. ¡He hecho mal, he hecho mal sin duda ninguna!

Y era una casualidad que ella lo tuviera, pues lo habia encontrado en el suelo del zaguan. Algun vecino lo habria dejado caer allí, sin la menor intencion. ... ¡Lo que puede el destino! pensaba.

— Señorita, murmuró, yo siento ....

Pero como Manuela no levantara la cabeza, interrumpióse un instante.

— Si yo hubiera sabido ....

La misma inmovilidad. Entonces ella, en su deseo de que se la escuchase, trató de tocar la cuerda sensible.

— ¡Y Vd. que le quiere! exclamó.

Manuela se irguió en la silla; estaba pálida, pero serena.

— ¡Que le quiero! esclamó. No. Dolores.... ¡Le

desprecio!