para ir á encerrarse en la suya y no salir de ella basta el dia siguiente.
Las dos mujeres quedaron solas. Don Miguel seguia durmiendo.
— Don Ernesto es un excelente jóven, dijo Dolores en voz alta, y como si reflexionase.
— Es verdad, murmuró Manuela.
— Y qué le pareceria, prosiguió ella, guiñando los ojos, sí...
— Qué quiere Vd. decir?
— Que... si se tratase de casamiento...
— Hágame Vd. el favor de no hablar de semejante cosa.
Dolores calló, no sin murmurar antes para sí.
— Ya te veo! Te gusta el jovencito, eh! Pues no te desesperes que él no te despreciaria por nada de este mundo. ¡Tal para cual! Y qué linda pareja formarán los dos!...
Manuela comenzó á ocuparse de los quehaceres de la casa. A fuerza de valor habia conseguido acallar su pena, ó mas bien esconderla en lo profundo de su alma.
Entre tanto, Ernesto, encerrado en su cuarto, leia con afan. Desde que su vida se habia iluminado un