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Ernesto titubeó un instante y luego dijo una cantidad, mucho menor que la verdadera.

La niña fué á un cajon, sacó lo poco que en él habia y comenzó á contar el dinero. Pero tuvo una idea:

— Quién sabe! se dijo. Quizá quiera pagar él una parte, y por esa razon me engañe. Véamos.

Y luego en voz alta:

— Vd. debe tener los recibos ¿no es así? ¿Quiere dármelos para evitar toda equivocacion? Podrían intentar cobrarnos de nuevo.

El jóven se puso rojo, luego pálido.

— Los recib... murmuró.

— Claro está, dijo Dolores. ¡Los ricos son tan indinos, y se aprovechan tanto de la desgracia!...

No habia medio de escapar. Ernesto, lleno de vergüenza, buscó en sus bolsillos y luego entregó á Manuela tres ó cuatro papeles.

— ¡Cómo! exclamó la niña, finjiendo indignacion. ¡Me engañaba Vd. así! ¡Eso está mal hecho, está muy mal hecho!...

— Señorita, tartamudeó el jóven.

— No pretenda Vd. disculparse. No le perdono

su accion.