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denales de mas en el rostro y en el cuerpo, y muchos pesos de menos en el bolsillo, así es que pudo exclamar en tono de sentencia:

— ¡Todo lo he perdido... menos el pasage!

Su ropa estaba españtosamente sucia, y eso causaba su desesperacion. Su jaquet de faldones cortos se habia desgarrado por varias partes en la lucha; el aspecto de Lindoro era desolador.

— ¡Qué dirán de mi los que me vean! exclamaba; acosado por su eterna pesadilla del bien parecer.

¡Y habia niñas en el vapor! ¡Eso no se podia sufrir!

Encerróse en su camarote y no salió de él ni aun á la hora de la comida. ¡Qué diria la sociedad, si él se presentase de ese modo! No, no; de ninguna manera; era imposible dejarse ver en aquel estado deplorable! Y no comió, y no almorzó al dia siguiente.

Al llegar á Buenos Aires, su primer cuidado fué correr á mudarse, y luego ir al Hotel Frascati, á pedir á Armando cuentas de su felonia. La recibió el mozo que tenia la consigna de Dupont.

— Y Armando? preguntó Acuña.

— Está en el Rosario, caballero.

— Desde cuándo?