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Ana Karenine

tiéndose de buen grado al parecer á las ruidosas órdenes de Korsunsky, que con sus señales indicaba cuándo se debía hacer el círculo y la cadena, observaba á Wronsky y su pareja, y su corazón se oprimía cada vez más.

«No—se decía—no es la admiración de la multitud lo que la embriaga así, es la de una persona sola. ¿Quién puede ser?

¿Será él?» Cada vez que Wronsky dirigia la palabra á Ana, los ojos de ésta parecían iluminarse, y una sonrisa de felicidad entreabría sus sonrosados labios; hubiérase dicho que trataba de disimular su alegría, pero en su rostro revelábase la dicha.

"¿Y él?—pensó Kitty. Al mirar á Wronsky temblo, pues la impresión que se reflejaba como en un espejo en el semblante de Ana, era también visible en el suyo. ¿Dónde estaba esa sangre fría, ese aspecto de calma, y ese rostro siempre sereno? Al hablar con Ana inclinaba la cabeza, como si hubiera querido prosternarse, y en sus ojos leíase una expresión á la vez humilde y apasionada. — No quiero ofenderla—decía su mirada;— pero desearía salvar mi corazón.»» El diálogo versaba sobre frivolidades, y sin embargo, á cada palabra parecíale á Kitty que su suerte se decidía. Para ellos también, aunque hablaban de los franceses, de Iván Ivanitch, y del ridículo casamiento de la señorita Elitzky, cada frase adquiria un valor particular, cuyo alcance comprendian tan bien como Kitty.

En el alma de la pobre niña confundiase todo como una bruma, el baile, la gente, la música y el movimiento; solamente se sostuvo por la fuerza de la educación, que la ayudó á cumplir con su deber, es decir, á bailar, á contestar á las preguntas que la dirigían, y aun á sonreirse; pero en el momento de organizarse el cotillón, y cuando se comenzó á colocar las sillas, mientras que todos salían de los salones pequeños para reunirse en el grande, Kitty se sintió acometida de un acceso de desesperación y de terror. Habia rehusado la petición de cinco bailadores, y no tenía pareja, ni era probable que la tuviese ya, porque sus triunfos en el mundo alejaban la idea de que no tuviese caballero. Hubiera debido decir á su madre que estaba indispuesta, para salir del salón: mas no tuvo fuerza suficiente para ello: sentíase aniquilada.

Sin embargo, trasladóse á un saloncito y dejóse caer en un TOMO I 7