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Ana Karenine

Kitty sonrió por el elogio, y siguió examinando el salón por encima del hombro de su caballero; comenzaba á conocer la sociedad, y no confundía á todos los asistentes en la embriaguez de sus primeras impresiones. Observó, pues, el grupo que se había formado junto al ángulo izquierdo del salón; allí se reunía lo más escogido de la sociedad: la hermosa Lidia, la esposa de Korsunsky, descaradamente escotada, la dueña de la casa, y el calvo Krivine, á quien se veía siempre con las personas más notables. Kitty vió muy pronto á Estéfano; después á la elegante Ana; y también él se hallaba alli: no había vuelto á verle desde la noche de la declaración de Levine, y en aquel momento notó que él también la miraba.

—Daremos otra vuelta, si no está usted cansada—dijo Korsunsky.

—No, gracias.

—¿Dónde quiere usted que la conduzca?

—Me parece que la señora Karenine está allí; me reuniré con ella.

—Como usted guste.

Y Korsunsky, disminuyendo la rapidez del paso, pero valsando siempre, se dirigió hacia el grupo de la izquierda.

Cuando hubo llegado, ofreció su brazo á Kitty, que estaba algo aturdida, y luego volvióse para buscar á la señora Karenine.

Esta última llevaba un vestido de terciopelo negro escotado, que dejaba ver sus hombros esculturales y sus hermosos brazos, reduciéndose el adorno de la falda á un rico encaje de Venecia; una guirnalda de flores blancas hacía resaltar el brillo de su cabello negro, y en el pecho llevaba un ramo de las mismas flores; su tocado, muy sencillo, sólo tenía de notable unos pequeños rizos naturales que caían sobre las sienes y la parte posterior del cuello, terso y blanco como el marfil, y engalanado con un hilo de perlas muy finas.

Kitty veía diariamente á la bella Ana, de quien se prendó desde luego; pero nunca le había parecido tan seductora y hermosa como en aquel instante, con su traje negro; su impresión fué tan viva, que le pareció no haberla visto nunca antes. Entonces comprendió que su mayor encanto consistia en eclipsar con su propia belleza los adornos con que se en-