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Ana Karenine

por su esbelto talle y la frescura y animación de su rostro; pero notábase en éste cierta expresión grave, casi triste, que llamó la atención de Kitty y la sedujo. Aunque muy sencilla y sincera, Ana parecía llevar en sí un mundo superior, inaccesible para una niña.

ANA KARENINE Después de comer, Ana se acercó vivamente á su hermano, que fumaba un cigarrillo, mientras que Dolly volvía a su habitación.

—¡Estéfano—dijo, señalándole la puerta de aquella estancia—entra, y que Dios te ayude!

Arcadievitch comprendió, y arrojando su cigarro desapareció detrás de la puerta.

Ana se sentó en un canapé, rodeada de los niños; los dos mayores, y por imitación el menor, se habían cogido á su nueva tía aun antes de sentarse á la mesa, y entreteníanse en estrechar sus manos, abrazarla, tocar sus sortijas, y esconderse entre los pliegues de su vestido.

—Vamos—dijo Ana—cada cual en su sitio.

Grisha, muy orgulloso al parecer, colocó su blonda cabeza bajo la mano de su tía, apoyándola en las rodillas.

—¿Y cuándo es el baile?—preguntó Ana á Kitty.

—La semana próxima; será un baile magnífico, uno de aquellos en que siempre se halla diversión.

—¿Con que hay bailes que siempre divierten?—dijo Ana con dulce ironía.

—Parece extraño, pero es así. En casa de los Bobristhchiff nadie se aburre nunca; lo mismo sucede en la de los Nikitine; pero las reuniones de los Wejekof causan tedio invariablemente. ¿No ha observado usted nunca eso?

—No, hija mía, porque ya no hay para mí baile divertido.

—Al pronunciar Ana estas palabras, Kitty entrevió en sus ojos algo desconocido, cerrado para ella. —Todas esas reuniones son para mi más ó menos enojosas—añadió la dama.

—¿Cómo es posible que se aburra usted en un baile?—preguntó Kitty.

—¿Por qué no podría aburrirme?

La joven pensó que Ana adivinaría su contestación.

—Porque es usted la más bella siempre.

Ana se ruborizaba fácilmente, y esta vez sucedió lo mismo.

—No es así—replicó;—y aunque fuese, poco me importaría.