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Ana Karenine

para él. Siempre fuíste y serás el ídolo de su adoración; y esto no por capricho.

—Pero y si volviera á enamorarse de otra?

— Imposible.

— Hubieras perdonado tú?

—No sé, no puedo decirlo... sí puedo—añadió Ana después de reflexionar un momento;—tal vez no fuera ya la misma; pero perdonaría, y de tal modo, que no pensaría ya en el pasado.

—¡Oh! por supuesto—interrumpió vivamente Dolly, como si contestara á un pensamiento secreto;—de lo contrario, no sería perdón.—Vamos, ahora te conduciré á tu cuarto—añadió levantándose, y rodeando con un brazo la cintura de su cuñada. Querida Ana, me alegro mucho que hayas venido, porque me siento más aliviada.

XX

Pasó Ana todo el dia en casa de los Oblonsky, sin recibir á ninguna de las personas que, noticiosas de su llegada, se presentaron para hacer su visita. Consagró toda la mañana á Dolly y á sus hijos, y escribió dos palabras á su hermano, invitándole á que fuera á comer á casa. «Dios es misericordioso», le decía.

Estéfano Arcadievitch se presentó á comer; la conversación se generalizó, y Dolly tuvo á bien tutear á su esposo, cosa que no había hecho hacía ya tiempo; su trato fué algo frío, mas ya no se habló de separación, y Estéfano Arcadievitch vió la posibilidad de un arreglo.

Kitty llegó después de haberse terminado la comida: apenas conocía á Ana, é inquietábase un poco sobre el recibimiento que merecería de aquella señora de San Petersburgo tan ensalzada por todos. Ésta se conmovió un poco al ver la juventud y belleza de Kitty; que, por su parte, quedó prendada de Ana, como las niñas pueden prendarse de las mujeres de más edad. En ella no había cosa alguna que hiciera pensar en la mujer de mundo ó en la madre de familia; hubiérase dicho que era una joven de veinte años, á juzgar