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Ana Karenine

—Querida Dolly, comprendo todo eso; pero no te atormentes así; ahora estás demasiado agitada para considerar las cosas bajo su verdadero punto de vista.

Dolly se calmó, y durante algunos minutos, las dos guardaron silencio.

—¿Qué hacer, Ana?—dijo al fin Dolly; piensa y ayúdame.

Yo he buscado, y no encuentro medio.

Ana no hablaba tampoco; pero su corazón respondía á cada palabra, á cada mirada dolorosa de Dolly.

—Te diré lo que pienso—repuso al fin; —como hermana, conozco su carácter, y su facultad de olvidarlo todo (hizo e!

ademán de tocarse la frente), facultad favorable para seguir el impulso del momento, mas también para arrepentirse. Estoy segura que ahora no cree ni comprende que haya podido hacer lo que hizo.

—No, lo ha comprendido y lo comprende aún—replicó Dolly— y debes advertir que el daño es mayor para mí.

—Espera—dijo Ana. — Debo confesarte que cuando él me habló, yo no medí más que la extensión de vuestra desgracia, y únicamente veía la desunión de la familia, lo cual me contristó. Después de hablar contigo, veo, como mujer, otra cosa más, y es tu padecimiento; pero, querida Dolly, aun comprendiendo tu infortunio, ignoro una parte de la cuestión: yo no sé hasta qué punto le amas todavía. Tú sola puedes comprender si le amas bastante para perdonar; y si te es posible, perdona.

—No...—comenzó á decir Dolly, pero Ana le interrumpió, besándole la mano.

—Conozco el mundo mejor que tú—dijo—y la manera de ser de los hombres como Estéfano. Tú pretendes que han hablado de ti... No lo creo. Los hombres como tu esposo pueden cometer infidelidades; pero la mujer y hogar doméstico son siempre para ellos un santuario. Entre ciertas mujeres y su familia levantan una barrera infranqueable. Yo no comprendo bien cómo puede ser así; pero te aseguro que es.

—Pero piensa que la ha tenido en sus brazos...

—Escucha, Dolly: yo he visto á Estéfano cuando estaba enamorado de ti; recuerdo el tiempo en que iba á llorar á mi lado; sé á qué altura te colocaba; y conozco que cuánto más tiempo ha vivido contigo, más digna de admiración has sido