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Ana Karenine

to les alcanzó el jefe de la estación, que iba en busca de Wronsky.

—Ha entregado usted doscientos rublos á mi compañerodijo; sírvase usted indicar á quién destina esa cantidad.

—Es para la viuda—contestó Wronsky, encogiéndose del hombros.—¿A qué viene la pregunta?

—¿Eso has dado?—exclamó Oblonsky.

Y estrechando la mano de su hermana, añadió: —¡Muy bien, muy bien! Es un muchacho encantador. Felicito á usted, condesa.

Y se detuvo para buscar con la vista á la camarera de la anciana.

Cuando salieron de la estación, el coche de Wronsky había marchado ya; por todas partes se hablaba de la desgracia que había ocurrido.

—¡Qué muerte tan espantosa! exclamó un caballero junto á ellos—hubiérase dicho que han dividido el cuerpo en dos partes.

— Hermosa muerte! por el contrario—observó otro—porque ha sido instantánea.

—¿Por qué no se adoptan más precauciones?—preguntó un tercero.

Ana Karenine subió al coche que la esperaba, y su hermano observó con asombro que tenía los labios pálidos y que apenas podía contener sus lágrimas.

—¿Qué tienes, Ana?—preguntó, cuando se hubieron alejado un poco.

—Es un presagio funesto.

—¡Qué locura! Tú estás aqui y esto es lo esencial. Nunca podrías imaginarte cuántas esperanzas me infunde tu visita.

—Conoces á Wronsky hace mucho tiempo? —preguntó Ana.

—Si. Ya sabes que confiamos en que se casará con kitty.

—¿De veras ?—replicó Ana dulcemente.—Muy bien, ahora marchemos—añadió, moviendo la cabeza cual si hubiera querido rechazar una idea importuna y penosa. —Hablemos de tus asuntos. He recibido tu carta, y aquí me tienes.

—Sí, en ti fundo mi esperanza—dijo Estéfano Arcadievitch.

—Pues cuéntamelo todo.

Estéfano Arcadievitch comenzó su relato.