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Ana Karenine

su hijo, no se inquiete usted, porque un día ú otro es preciso separarse.

Los ojos de la señora Karenine parecían sonreir, mientras que escuchaba inmóvil.

—Ana Arcadievna tiene un niño de ocho años—añadió la condesa como para dar una explicación á su hijo;—siempre ha vivido á su lado, y ahora está inquieta por haberle dejado solo.

—Hemos hablado de nuestros hijos, yo del mío y la condesa del suyo—dijo Ana Karenine dirigiéndose á Wronsky con esa sonrisa cariñosa que iluminaba su rostro.

—Esto debe haber sido enojoso para usted—replicó el joven con otra sonrisa.

—Gracias mil veces—dijo Ana volviéndose hacia la condesa; el día de ayer ha transcurrido demasiado pronto. ¡Hasta la vista!

—Adiós, querida amiga—contestó la anciana: — permitame usted besar otra vez ese lindo rostro, y decirle de nuevo, como yo lo puedo hacer, que me deja encantada de su trato.

Por trivial que pareciese esta frase, Ana pareció agradecerla mucho; ruborizóse, se inclinó ligeramente, acercando su lindo rostro al de la anciana condesa, y presentó después su mano á Wronsky, con aquella misma sonrisa que parecía serle peculiar. El joven estrechó aquella pequeña mano, considerando como una cosa extraordinaria sentir su dulce á la vez que firme presión.

Ana Karenine salió con paso rápido.

¡Encantadora!—murmuró la condesa.

Su hijo era sin duda del mismo parecer, pues siguió con la vista á la dama mientras pudo; vióla acercarse á su hermano, cogerle del brazo y hablar con él vivamente; era claro que su conversación no tenía nada que ver con Wronsky, y esto pareció contrariar al joven.

—¿Y qué tal, mamá, está usted del todo buena?—preguntó á su madre.

—Muy bien; Alejandro ha sido muy amable, y Waria se ha embellecido mucho.

La condesa habló después de lo que más la preocupaba; del bautismo de su nieto, principal objeto de su viaje á San