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Ana Karenine

—Pero ¿conoces por lo menos á mi cuñado, Alejo Alexandrovitch? Es conocido del mundo entero.

—Solamente le conozco de reputación y de vista; sé que es muy sabio como hombre de ciencia; pero debes tener presente que ese no es mi género—dijo Wronsky.

—Sí, es un hombre notable, algo conservador, pero célebre—repuso Estéfano Arcadievitch.

—Mejor para él replicó Wronsky sonriendo.—¡Ah! ya te veo—gritó al divisar á la puerta de entrada á un anciano servidor de su madre; entra por aquí.

Wronsky, así como todos los demás, experimentaba el mayor placer cuando veía á Estéfano Arcadievitch; pero este placer era mucho mayor hacía algún tiempo, pues cuando le encontraba parecíale acercarse á Kitty. Cogióle del brazo y le dijo alegremente: — Obsequiaremos con una cena á la diva el domingo?

—Seguramente, Para ello he abierto una suscripción. Y dime tú, ¿no trabaste anoche conocimiento con mi amigo Levine?

—Sí; pero se marchó muy pronto.

—¿No te parece un buen muchacho?

—No sé por qué—dijo Wronsky—todos los moscovitas, excepto naturalmente aquellos á quienes hablo—añadió sonriendo—tienen algo de rudo; todos se incomodan por la menor cosa y quieren siempre enseñar á los demás.

—Es cierto—contestó Estéfano Arcadievitch, sonriendo también.

Llega ya el tren ?preguntó Wronsky dirigiéndose a un empleado?

—Ya ha salido de la última estación.

El movimiento creciente, las idas y venidas, la aparición de los gendarmes y de los empleados superiores, y la llegada de las personas que iban á esperar viajeros, todo indicaba que el tren estaba cerca. El tiempo era frío, y á través de la niebla veíanse obreros con sus abrigos de invierno, que pasaban silenciosamente entre los rails de la vía; oíase el silbido de la máquina, y un cuerpo monstruoso parecía avanzar lentamente.

—No—dijo Estéfano Arcadievitch, que deseaba revelar á Wronsky las intenciones de Levine respecto á Kitty—tú no