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Ana Karenine

cuando salgo de allí. Volveré á mi alojamiento.» Así lo hizo efectivamente, dirigiéndose á casa de Dussaux, donde tenía su habitación; sirviéroule la cena, se desnudó, y apenas hubo apoyado la cabeza en la almohada, durmióse profundamente.

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XVII

¿De veras?

—No hay que na Ana.

Al día siguiente, á las once de la mañana, Wronsky fué á la estación de San Petersburgo para buscar á su madre, que debía llegar de un momento á otro, y la primera persona á quien encontró en la escalera fué Oblonsky, que iba a esperar á su hermana.

—Buenos días, conde—le gritó Arcadievitch ;—¿qué buscas por aquí?

—A mi madre contestó Wronsky con la sonrisa habitual de todos aquellos que encontraban á Oblonsky; y estrechándole la mano, subió la escalera con su amigo.

—Hoy debe llegar—dijo Wronsky.

—¡Y yo te he esperado hasta las dos de la mañana! ¿A dónde has ido al salir de casa de los Cherbatzky?

A mi alojamiento contestó Wronsky.—A decir verdad, no tenía deseos de ir a ninguna otra parte; tan agradable me había parecido la reunión de los Cherbatzky.

—Conozco á los cojos en el modo de andar, y en los ojos a los jóvenes enamorados—dijo Estéfano Arcadievitch.

Wronsky sonrió, cambiando al punto de conversación.

—¿Y á quién vienes á buscar?—preguntó.

—A una mujer muy bonitasar nada malo; esa mujer es mi herma¡Ah! la señora Karenine?—preguntó Wronsky.

—Seguramente la conoces.

—Me parece que sí, aunque tal vez podría engañarme—repuso Wronsky con aire distraído.— El nombre de Karenine evocaba en el joven el recuerdo de una persona enojosa y afectada.