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Ana Karenine

preferencia á ninguna otra, visitábala en casa de sus padres, hablaba con ella de bagatelas, como se hace en sociedad; todo cuanto la decía hubiera podido ser escuchado por cualquiera; y, sin embargo, no se le ocultaba que sus palabras tomaban un sentido particular al dirigirlas á Kitty, estableciéndose así entre ellos un lazo que cada día le era más querido. Lejos de creer que semejante conducta pudiera calificarse de tentativa de seducción, sin idea de matrimonio, imaginábase simplemente haber descubierto una nueva diversión, y aprovechábase de ella.

¡Cuál hubiera sido su asombro al saber que ocasionaria un profundo pesar á Kitty no casándose con ella! Seguramente no lo habría creído. ¿Cómo admitiría que aquellas agradables relaciones pudiesen ser peligrosas, y sobre todo que le obligaran á casarse? Jamás había tomado consideración la posibilidad del matrimonio; no solamente no comprendia la vida en familia, sino que bajo su punto de vista como célibe, esta última, y en particular el marido, eran cosas extrañas, y sobre todo ridículas. Aunque Wronsky no sospechase en lo más mínimo la conversación á que había dado lugar, salió de casa de los Cherbatzky con la persuasión de haber consolidado más aún el misterioso lazo que le unía con Kitty, tan intimo ya, que era preciso adoptar una resolución, aunque ignoraba cuál.

«Lo más gracioso y agradable es—se decía—que sin pronunciar una palabra ni uno ni otro, nos entendemos tan perfectamente en el mudo lenguaje de las miradas y de las entonaciones, que hoy he podido comprender muy bien que me amaba, tan claramente como si me lo hubiese dicho. ¡Qué amable es, qué sencilla, y sobre todo qué confiada! Esto me hace mejor de lo que soy, pues siento que en mí hay un corazón y alguna cosa de bueno. ¡Qué lindos son esos ojos enamorados! ¿Y después?... Nada... esto me seduce, y á ella también.»» Wronsky reflexionó luego sobre lo que había de hacer para terminar la noche. «¿Iré al club—se preguntó—para beber un poco de champaña con Ignatina? ¿Iré al castillo de las Flores donde veré á Oblonsky, y me distraerá el canto y el can—can?

No; esto sería enojoso. He aqui precisamente por qué me gusta ir á casa de los Cherbatzky; me parece que soy mejor