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Ana Karenine

—Pero, en nombre del cielo, ¿qué he hecho yo?—contestaba la princesa casi llorando.

Había ido á dar las buenas noches á su esposo como de costumbre, muy satisfecha de la conversación que acababa de tener con su hija; y sin decir la menor palabra sobre la petición de Levine, habíase permitido hacer una alusión sobre el proyecto de matrimonio con Wronsky, considerando el asunto como cosa resuelta. Con este motivo, el príncipe se había incomodado, dirigiéndole las palabras más duras.

—Lo que has hecho?—repetía;—voy á decírtelo. En primer lugar, has atraído aquí un hombre para casarle, de lo cual se hablará en Moscou con justa razón. Si quieres tener reuniones, tenlas en buenhora; pero invita á todo el mundo, y no á los pretendientes de tu elección. Haz venir á todos esos pisaverdes (así era como el príncipe llamaba á los jóvenes de Moscou), y á los elegantes bailarines; pero ¡vive Dios!

no arregles entrevistas como la de esta noche. Esto me disgusta, aunque llene tu objeto. Has trastornado el seso á la pequeña con ese lechuguino; Levine vale mil veces más que esc fatuo, hecho á máquina, como sus semejantes, que están todos cortados por el mismo patrón. Aunque fuese un principe de la sangre, mi hija no necesita ir á buscar á ninguno.

—Pero, ¿de qué soy culpable?

—De que...—gritó el príncipe encolerizado.

—Bien sé que si hubiera de escucharte—interrumpió la princesa no casaríamos nunca á nuestra hija, y para esto, tanto valdría irnos al campo.

—Seguramente sería mucho mejor.

—Pero advierte que yo no aseguro nada de antemano.

Porque un hombre joven, bien parecido y enamorado, y que ella también...

—¡Eso es lo que a ti te parece! ¿Y si al fin se enamora la niña de veras y él no tiene la menor intención de casarse?

Entonces no quisiera tener ojos para ver lo que sucederá.

¡Bien satisfechos podremos estar cuando hayamos hecho desgraciada á la pequeña Catalina, y ella se empeñe...

—Pero, ¿por qué piensas eso?

—Yo no lo pienso; lo sé; para esto tenemos los ojos, nosotros los hombres, mientras que las mujeres estáis ciegas. Por una parte veo un hombre de intenciones formales, que es