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Ana Karenine

en mi concepto; proclaman una fuerza sobrenatural, y quieren someterla á una prueba material.

Todos esperaban que acabase de hablar, y Levine lo comprendió.

—Yo creo—dijo la condesa—que usted sería un médium excelente, porque no le falta entusiasmo.

Levine abrió la boca para contestar, pero no dijo nada, y ruborizóse.

—Vamos, señoras—hagamos la prueba con las mesas—dijo Wronsky.— Lo permite usted, princesa ?

Y el joven se levantó buscando con la vista una mesa.

Kitty se puso en pie, y sus ojos se encontraron con los de Levine, de quien se compadecía tanto más cuanto que era la causa de su dolor. «¡Perdóneme usted, si puede—decía su mirada;—soy tan feliz!» «Aborrezco el mundo entero, incluso usted y yo contestaba la mirada de Levine.» Y buscó su sombrero.

Pero la suerte le fué adversa esta vez también; apenas se colocaban todos al rededor de las mesas, y cuando se disponía á salir, el anciano principe entró, y después de saludar á las damas, apoderóse de Levine.

—¡Ah!—exclamó con alegría;—ignoraba que estuvieses aquí. Desde cuándo? Me complace muchísimo ver á usted.

El príncipe trataba á Levine tan pronto de tú como de usted; cogióle del brazo, y no hizo aprecio de Wronsky, que estaba en pie detrás, esperando tranquilamente á que el príncipe le viera para saludarle.

Kitty comprendió que la amistad de su padre debía parecer dura á Levine después de lo ocurrido; y también observó que el anciano príncipe contestaba fríamente al saludo de Wronsky. Este último, sorprendido por aquella glacial acogida, parecía preguntarse con un asombro de buen humor, por qué el príncipe no podría estar amistosamente dispuesto en su favor.

—Príncipe—dijo la condesa—devuélvanos usted á Levine, pues queremos hacer un experimento.

—¿Qué experimento? Se trata de hacer girar las mesas?

Pues bien, me dispensarán ustedes, señoras y caballeros; pero á mi modo de ver, el juego de la ardilla sería más divertidodijo el príncipe, mirando á Wronsky, á quien consideraba