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Ana Karenine

—Entonces cree usted que yo no digo la verdad?

Y comenzó á reir alegremente.

65 —Nada de eso, María — interrumpió sencillamente Kitty, ruborizándose;—el señor dice tan sólo que no cree en el Espiritismo.

Levine iba á contestar con más enojo aún, cuando Wronsky intervino, y con su amable sonrisa, consiguió que la conversación se mantuviera en los límites de una cortesía que amenazaba desaparecer.

—¿No admite usted en absoluto la posibilidad?—preguntó.

¿Por qué? ¿No admitimos la existencia de la electricidad, sin comprenderla tampoco? ¿Por qué no habría una fuerza nueva, desconocida aún, que...?

—Cuando se descubrió la electricidad—interrumpió Levine con viveza—sólo se habían visto los fenómenos, sin saber qué los producía, ni de dónde provenían; y han pasado siglos antes que se pensara en hacer la aplicación. Los espiritistas, por el contrario, comenzaron por sus mesas giratorias, evocando á los espíritus, y hasta más tarde no se ha tratado de una fuerza desconocida.

Wronsky escuchaba atentamente, como siempre lo hacía, interesándose al parecer en aquellas palabras.

—Sí—repuso;—pero los espiritistas dicen: ignoramos aún qué fuerza es esa, aunque reconociendo que existe y obra en condiciones determinadas; á los sabios es á quienes corresponde descubrir ahora en qué consiste. ¿Por qué no existiría efectivamente una nueva fuerza si...

— Porque—interrumpió Levine— siempre que frote usted lana con resina producirá en electricidad un efecto seguro y conocido; mientras que el Espiritismo no da ningún resultado cierto; de modo que sus efectos no se podrían considerar como fenómenos naturales.

Wronsky, comprendiendo que el diálogo tomaba un carácter demasiado serio para un salón, no contestó, y á fin de cambiar el giro, dijo á las damas, sonriendo alegremente: ¿Por qué no haríamos un ensayo desde luego, condesa?

Pero Levine quería apurar su demostración.

—La tentativa de los espiritistas para explicar sus milagros por una fuerza nueva—dijo—no puede dar resultado alguno 5 TOMO I