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Ana Karenine

Allí es donde se recuerda más vivamente la Rusia, y sobre todo su campiña...

Wronsky hablaba tan pronto á Kitty como á Levine, fijando su mirada benévola sucesivamente en una y en otro.

La conversación no languideció un instante, tanto que la anciana princesa no necesitó apelar á los recursos extremos para animarla en el caso de que el silencio se hubiese prolongado; en cuanto a la condesa, no tuvo ocasión para mortificar á Levine.

Este último queria tomar parte en la conversación general y no podía; repetiase á cada momento que iba á retirarse, y sin embargo, permanecía allí cual si hubiera esperado alguna cosa.

Hablóse de las mesas giratorias y de los espíritus; y la condesa, que era espiritista, comenzó á referir las maravillas que había presenciado.

—Condesa, en nombre del cielo, hágame usted ver esas cosas—dijo Wronsky sonriendo—pues jamás he conseguido descubrir nada de extraordinario, por mucha que fuera mi voluntad.

Muy bien, esto se hará el sábado próximo—repuso la condesa.¿Y usted cree en ello, amigo mío?—preguntó á Levine.

—¿Por qué me pregunta usted eso, sabiendo muy bien lo que contestaré?

—Porque quisiera conocer su opinión.

—Pues mi opinión es—contestó Levine—que las mesas giratorias nos prueban hasta qué punto la buena sociedad está atrasada, no siendo por tal concepto muy superior á nuestros campesinos. Estos creen en el mal de ojo, en los hechizos, en las metamórfosis, y nosotros...

—Entonces no cree usted?

—No puedo creer, señora.

—¿Pero y si le dijese á usted que yo misma he visto?

—Las campesinas dicen también que han visto el damavoi (1).

(1) Demonio familiar que, según la superstición del pueblo, forma parte de la casa.