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Ana Karenine

Y comenzó á conversar con su joven amiga.

Aunque no fuera conveniente retirarse en aquel momento, Levine hubiera preferido esta torpeza al suplicio de permanecer alli toda la noche, viendo a Kitty observarle á hurtadillas y evitando su mirada. En su consecuencia, intentó levantarse; pero la princesa lo echó de ver y díjole al punto: Cuenta usted permanecer mucho tiempo en Moscou?

¿No es usted ya juez de paz en su distrito? Esto le impedirá sin duda ausentarse largo tiempo..

—No, princesa, he renunciado á esas funciones, y estaré aquí sólo algunos días.

«Alguna cosa ha pasado aqui—pensó la condesa, observando la fisonomía severa y grave de Levine;—no quiere pronunciar alguno de sus discursos acostumbrados, pero yo le haré hablar; nada me divierte tanto como ponerle en ridículo delante de Kitty.» —Levine—dijo—usted que lo sabe todo, hágame el favor de explicarme cómo es que en nuestra tierra de Kalouga los campesinos y sus mujeres se comen todo cuanto tienen y rehusan pagar sus arriendos. Usted, que siempre elogia á los campesinos, me podría decir qué significa esto.

En aquel momento entró una dama en el salón, y Levine se levantó.

—Dispenseme usted, condesa—replicó—pues yo no sé nada de eso, y no puedo contestarle.

Así diciendo, fijó su atención en un oficial que entraba detrás de la dama.

«Ese debe ser Wronsky»—pensó; y para asegurarse dirigió una mirada á Kitty, que había tenido ya tiempo para ver á Wronsky y observar á Levine. Este último se convenció, al ver los brillantes ojos de la joven, que amaba de veras, y comprendiólo tan claramente como si ella se lo hubiera confesado.

¿Qué era aquel hombre á quien Kitty amaba? Quiso saberlo, y pensó que debía quedarse de buena ó de mala gana.

En presencia de un rival feliz, muchos hombres están dispuestos á negar sus buenas cualidades, sin ver más que sus defectos; mientras que otros, por el contrario, sólo piensan en averiguar qué méritos le han valido el triunfo; y con el corazón ulcerado, solamente descubren aquéllos. Esto último