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Ana Karenine

—Pronto vendrá mamá—contestó Kitty;—ayer se cansó mucho, y...

La joven hablaba sin darse cuenta de lo que decía, y mirando siempre a su interlocutor con expresión suplicante y cariñosa.

Levine se volvió hacia ella, y esto la hizo ruborizarse.

—Manifesté á usted ayer—dijo—que ignoraba si permanecería aquí largo tiempo, y que esto dependía de usted.

Kitty inclinaba la cabeza cada vez más, no sabiendo qué contestaría á lo que iban á decirla.

—Que esto dependía de usted—repitió Levine.—Quería decir... decir... para eso he venido... que... ¿Consentiría usted en ser mi esposa ?—murmuró sin saber lo que decía, aunque con la idea de haber dado el paso más difícil. Hecha esta pregunta, detúvose y miro á la joven.

Kitty no levanté la cabeza; respiraba fatigosamente, y su corazón rebosaba de contento; jamás había creído que aquella declaración amorosa pudiera causarle una impresión tan viva; pero fué instantánea. Kitty se acordó de Wronsky, y fijando en Levine su mirada sincera y límpida, contestóle con acento breve, á pesar de su expresión desesperada: —No puede ser... Dispénseme usted.

¡Qué cerca de él estaba un minuto antes, y qué necesaria era para su vida! ¡Cuánto se alejaba de improviso, y hasta qué punto convertíase para él en una extraña!

—No podía ser de otro modo—replicó sin mirarla.

Y saludándola, quiso alejarse.

XIV

La princesa entró en el mismo instante, y en sus facciones pintóse el terror al ver á los dos jóvenes solos, con la fisonomía alterada. Levine se inclinó sin decir cosa alguna, y Kitty guardaba silencio sin levantar la vista. «Á Dios gracias, habrá rehusado»»—pensó la madre; y en sus labios reapareció la sonrisa.

Sentóse é interrogó á Levine sobre su género de vida en el campo; su interlocutor tomó asiento también, con la esperanza de esquivarse cuando llegaran otras personas.