Ya se acercaba á la puerta, cuando oyó los pasos de Levine.
« No—se dijo,—esto no sería leal. ¿De qué he de tener miedo? Yo no he hecho daño á nadie; y suceda lo que quiera, diré la verdad. Con él no debo inquietarme... ahí está »»—añadió mentalmente al verle aparecer, con sus robustas formas y sus ojos brillantes, pero siempre tímido.
Kitty le miró fijamente, con una expresión que parecía implorar su auxilio, y ofrecióle la mano.
—Me parece que he venido demasiado pronto—dijo Levine, paseando su mirada por el salón vacio. Y comprendiendo que no se había defraudado su esperanza y que nada le impediría hablar, anublóse su frente.
—¡Oh, no!—contestó Kitty sentándose cerca de la mesa.
—Precisamente yo lo deseaba así, á fin de encontrar á usted sola—comenzó á decir Levine sin sentarse ni mirar á la joven, á fin de no perder su ánimo.