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Ana Karenine

Aquella noche en que ellos se encontrarían por primera vez, decidiría de su suerte; Kitty lo pensaba así, y en su imaginación creía verle tan pronto a su lado como lejos. Al pensar en el tiempo pasado, fijábase con placer, casi con ternura, en los recuerdos que se referían á Levine, y todo les comunicaba un encanto poético: la amistad que le unia con su hermano, muerto ya, y sus relaciones de la infancia; érale grato pensar en él y decirse que la amaba, pues Kitty no dudaba de su amor, y enorgullecíase de él. Hasta experimentaba cierto malestar cuando pensaba en Wronsky, pareciéndole ver en sus relaciones algo falso, porque poseía en alto grado la calma y la sangre fría de un hombre de mundo, manteniéndose siempre igualmente amable y natural. Todo era claro y sencillo en sus relaciones con Levine; pero mientras que Wronsky la presentaba perspectivas deslumbradoras y un porvenir brillante, el que la ofrecía Levine quedaba oscurecido entre la bruma.

ANA KARENINE Después de comer, Kitty subió á su cuarto para vestirse: de pie ante su espejo, convencióse de que era una belleza, y, cosa importante aquella noche, que disponía de todas sus fuerzas, porque estaba tranquila y en plena posesión de sí misma.

Cuando bajaba al salón, á eso de las siete y media, un criado anunció: «Constantino Dmitrievitch Levine.» La princesa estaba todavía en su cuarto, y el príncipe no había llegado aún. «Ya está aquí », pensó Kitty; y toda su sangre afluyó á su corazón. Al pasar por delante de un espejo, asustóla su palidez.

Ya no podía dudar que Levine había venido temprano para encontrarla sola y declararse; y la situación se le apareció por primera vez bajo un nuevo aspecto; no se trataba de ella sola, ni de saber con quién sería feliz y á quién debía dar la preferencia; comprendió que sería preciso zaherir el amor propio de un hombre á quien amaba, y ofenderle cruelmente. ¿Y por qué? Porque el pobre muchacho estaba enamorado de ella; pero Kitty no podía hacer nada.

"¡Dios mío, es posible que haya de hablarle yo mismapreguntábase Kitty—y que deba decirle que no le amo? Esto no es verdad; pero ¿ le diré que amo á otro? Es imposible.

Huiré, sí, huiré.»