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Ana Karenine

completamente sus preocupaciones respecto á Kitty, á quien veía dispuesta á decidirse. La llegada de Levine aumentó su inquietud, pues temió que su hija, por un exceso de delicadeza, rehusase la petición de Wronsky, respetando el recuerdo del cariño que un momento profesó á Levine. Á su modo de ver, aquel regreso lo embrollaría todo, retardando un desenlace tan deseado.

— Ha llegado hace mucho tiempo?—preguntó á su hija al entrar.

—Hoy mismo, mamá.

—Sólo quiero advertirte una cosa...—comenzó á decir la princesa.

Por su expresión de gravedad, Kitty adivinó de qué se trataba.

—Mamá—interrumpió ruborizándose vivamente—ruego á usted que no diga nada; ya lo sé todo.

Participaba de las ideas de su madre; pero los motivos que determinaban el deseo de ésta la ofendían.

—Quiero decir solamente que habiendo dado esperanzas al uno...

—Querida mamá, por Dios no me digas nada, porque temo hablar.

—No diré nada—contestó la madre, viendo lágrimas en los ojos de su hija;—pero sólo una palabra: tú me has prometido no tener secretos para mí.

—Jamás—exclamó Kitty, mirando á su madre de frente y ruborizándose;—nada tengo que decir ahora, ni podría aunque quisiera; yo no soy...

«No, con esos ojos no se puede mentir»—pensó la madre, sonriendo al observar la emoción de Kitty, y pensando cuán grave era para la pobre niña lo que pasaba en su corazón.

XIII

Después de comer y á la entrada de la noche, Kitty experimentó una impresión análoga á la que siente un joven en la víspera de un primer lance de honor: su corazón latía con violencia, y érale imposible coordinar sus ideas.