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Ana Karenine

no se juzgaba admisible; y la costumbre rusa, que consiste en casar por mediación de tercero, considerábase como un resto de barbarie. ¿Pues cómo arreglarse para proceder bien? Nadie sabía nada. Todos aquellos con quienes la princesa había hablado, le contestaban la misma cosa. «Ya es tiempo, decían, de renunciar á esas antiguas ideas; los jóvenes son los que se casan y no los padres; de modo que ellos son los que se han de arreglar como lo entiendan.» Razonamiento muy cómodo para aquellos que no tienen hijas. La princesa comprendía que al permitir á Kitty tratar con jóvenes, se exponía á verla enamorada de alguno que no agradara á sus padres y que no sería un buen esposo; y, por más que le dijeran, las costumbres adoptadas sobre el particular le parecían defectuosas.

He aquí por qué Kitty la preocupaba más aún que sus hermanas.

En aquel instante temía sobre todo que Wronsky se limitase á ser hombre amable; Kitty estaba enamorada; comprendíalo muy bien, y sólo podía tranquilizarse al pensar que Wronsky era un caballero; pero con la libertad de relaciones últimamente admitida en la sociedad, era fácil trastornar la cabeza á una joven, sin que esta especie de delito inspirase el menor escrúpulo á un hombre de mundo. La semana anterior, Kitty había referido á su madre una de sus conversaciones con Wronsky durante el cotillón, y el diálogo pareció tranquilizador á la primera, aunque sin desvanecer todos sus temores. Wronsky había dicho á Kitty que su hermano y él estaban tan acostumbrados á someterse en todo á su madre, que no hacían nunca nada importante sin consultar su voluntad. «En este momento, había añadido, espero la llegada de mi madre como una gran felicidad.» Kitty repitió estas palabras sin darles importancia, pero la madre las tomó en un sentido conforme con su deseo. Sabía que se esperaba á la anciana condesa, y que ésta quedaría satisfecha de la elección de su hijo; pero entonces, ¿por qué parecía temer ofenderla declarándose antes de su llegada? Á pesar de estas contradicciones, la princesa interpretó favorablemente las palabras, sin duda por su deseo de desvanecer su inquietud.

Por mucho que sintiese el infortunio de su hija mayor, Dolly, que pensaba en separarse de su esposo, absorbíanla