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Ana Karenine

Kitty, bailaba con ella, y habíase hecho presentar á los padres. ¿Cómo dudar de sus intenciones? Y sin embargo, la pobre madre pasaba el invierno muy inquieta.

Cuando la princesa se casó, hacía unos treinta años, habíase arreglado su matrimonio por mediación de una tía. El novio, á quien conocía ya algún tiempo antes, fué á verla y á dejarse ver; la entrevista fué favorable; y la tía, encargada del asunto, había dado cuenta al uno y á la otra de la impresión producida; después se hizo á los padres la demanda oficial en el día indicado, y una vez admitida, todo se hizo sencilla y naturalmente. La princesa recordaba esto; pero cuando se trató de casar á sus hijas, aprendió por experiencia hasta qué punto esta cuestión, tan sencilla al parecer, era en realidad difícil y complicada.

—¡Cuántas inquietudes y preocupaciones, cuánto dinero gastado, y cuántas luchas con su esposo cuando fué preciso casar á Dolly y á Natalia! Ahora era preciso pasar por las mismas inquietudes y discusiones, más penosas aún. El anciano príncipe, como todos los padres en general, era comunmente quisquilloso en todo lo referente al honor y á la pureza de sus hijas, y miraba sobre todo por Kitty, su favorita. Á cada instante promovía altercados con la princesa, acusándola de comprometer á la niña. La madre, acostumbrada á esas escenas desde antes de casarse sus hijas mayores, confesábase ahora que la susceptibilidad exagerada de su esposo tenía su razón de ser. Muchas cosas habían cambiado en las costumbres de la sociedad, y los deberes de una madre iban siendo cada vez más difíciles. Las contemporáneas de Kitty se reunían libremente, iban á las reuniones, eran muy desenvueltas en sus costumbres con los hombres; paseábanse solas en coche; muchas de ellas no hacían ya reverencias; y lo más grave de todo era que cada cual se creía íntimamente convencida de que la elección de esposo le correspondía á ella sola y no á los padres. «Ahora no se casa nadie como otras veces», pensaban y decían todas las jóvenes, y hasta las viejas. ¿Pues cómo se casan ahora? preguntaba la princesa. Nadie la informaba sobre este punto. La costumbre francesa, que concede á los padres el derecho de resolver sobre la suerte de sus hijos, no se aceptaba, y hasta criticábase vivamente; la costumbre inglesa, que deja en completa libertad á las hijas,