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Ana Karenine

tes muy notables: Levine, y después de su marcha el conde Wronsky.

Las frecuentes visitas de Levine, y su evidente amor á Kitty habían servido de asunto á las primeras conversaciones serias entre el príncipe y la princesa sobre el porvenir de su hija menor, conversaciones que degeneraron á menudo en debates muy vivos. El príncipe optaba por Levine, diciendo que no deseaba mejor partido para Kitty; pero la princesa, con esa habilidad peculiar de las mujeres para cambiar el giro de la conversación, contestaba que Kitty era muy joven, que no manifestaba mucha inclinación por Levine, y que éste no parecía abrigar intenciones formales... Sin embargo, no era este el fondo de su pensamiento; lo que no decía era que esperaba un partido más brillante, que Levine no le era simpático, ni le comprendía tampoco; por eso se alegró tanto cuando se marchó inopinadamente.

—Ya ves que yo tenía razón—dijo con aire triunfante á su esposo.

Mayor fué su satisfacción cuando Wronsky ingresó en las filas de los pretendientes, pues con esto acrecentóse su esperanza de casar á Kitty, no solamente bien, sino con un hombre de brillante posición.

Para la princesa no había comparación posible entre los dos pretendientes: lo que le disgustaba en Levine era su manera brusca y extravagante de juzgar las cosas, su rudeza en sociedad, que atribuía á orgullo, y su género de vida salvaje en el campo, donde sólo se ocupaba de sus trabajadores y de los animales. Y desagradábale sobre todo que Levine, enamorado de Kitty, hubiera frecuentado la casa durante seis semanas con el aire de un hombre que, vacilando y obervando, se preguntase si, al declararse, no dispensaría demasiado honor á la familia. ¿Cómo no comprendía que es un deber explicar sus intenciones cuando se visita con asiduidad á una familia que tiene una hija casadera?

«Es una fortuna—pensaba la princesa—que tenga tan poco atractivo, y que Kitty no se haya enamorado de él.» Wronsky, por el contrario, llenaba todos sus deseos: era rico, inteligente y de noble familia; tenía una brillante carrera en la corte ó en el ejército; y además distinguíase por su físico. Qué más se podía ambicionar? Hacia la cortc á