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Ana Karenine

—Sólo hay un consuelo, y es esa oración que siempre me agradó tanto: «Perdónanos según la grandeza de tu misericordia, y no según nuestros méritos.» Sólo así podría ella perdonarme.

XI

Levine apuró el contenido de su copa, y durante unos momentos los dos amigos permanecieron silenciosos.

—Debo decirte otra cosa. ¿ Conoces á Wronsky?—preguntó Arcadievitch.

—No. ¿ Á qué viene esa pregunta?

—Tráenos otra botella—dijo Oblonsky al camarero que llenaba los vasos.—Wronsky—añadió—es uno de tus rivales.

—¿Y qué hombre es ese?—preguntó Levine, cuya fisonomía, tan alegre y animada antes, sólo expresó ya el descontento.

—Wronsky es uno de los hijos del conde Cirilo Wronsky, y uno de los más bellos tipos de la juventud dorada de San Petersburgo. Yo le conocí en Tver cuando estaba en el servicio, en ocasión de presentarse como recluta. Es inmensamente rico, buen mozo, ayudante de campo del Emperador; tiene muy buenas relaciones, y á pesar de todo esto, es un buen muchacho. Según lo que yo he visto de él, no sólo es un buen chico, sino que se distingue por su instrucción é inteligencia; en fin, es hombre que hará carrera.

Levine se entristecia más y callaba.

—Pues bien—continuó Arcadievitch—parece que después de tu marcha, según dicen, se enamoró de Kitty; ya comprenderás que la madre...

—Dispénsame, yo no comprendo nada—contestó Levine, cada vez más sombrío, pues le asaltaba el recuerdo de Nicolás, y tenía remordimientos por haberle olvidado.

—Espera—dijo Arcadievitch, tocándole el brazo y sonriendo;—te he dicho lo que sabía, pero repito que en mi concepto las ventajas están de tu parte en ese delicado asunto.

Levine palideció y apoyóse en el respaldo de su silla.

—¿Por qué no has venido á cazar nunca en mis tierras, se4 TOMO I