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Ana Karenine

Cuando Levine se acercó de nuevo á la joven, observó que la expresión de su rostro no era ya severa; sus ojos revelabanuna franqueza cariñosa; mas parecióle que hablaba con cierto tono tranquilo, y se entristeció. Después de hablar de la anciana aya y de sus rarezas, hízole preguntas sobre su génerode vida.

— No se aburre usted en el campo, señor Levine?

—No, porque siempre estoy muy ocupado—contestó Levine comprendiendo que la joven le llevaba á la conversación tranquila que parecía resuelta á sostener.

— Ha venido usted para mucho tiempo?—preguntó Kitty.

—No lo sé—replicó Levine sin pensar en lo que decia.

La idea de seguir su conversación en tono amistoso y tranquilo y volver tal vez á su casa sin haber resuelto cosa alguna, le impulsó á rebelarse.

—¿Cómo es que no lo sabe usted?—preguntó Kitty.

—No sé nada; todo dependerá de usted—repuso Levine asustado de sus propias palabras.

¿No las oyó la joven ó no quiso oirlas? El caso es que fingió dar un paso en falso en el hielo, deslizóse hasta llegar á la señora Linón, díjola algunas palabras y dirigióse hacia la casita donde se dejan los patines.

«¡Dios mío ¿qué mal puedo haber hecho? Ayudadme, protegedme, decíase Levine interiormente. Y comprendiendo que necesitaba hacer algún movimiento desordenado, descricribió con furor varias curvas en el hielo.

En aquel instante, un joven, el más hábil de los nuevos patinadores, salió del café con sus patines en los pies y el cigarrillo en la boca; sin detenerse corrió hacia la escalera, franqueó los peldaños saltando, sin cambiar siquiera la posición de sus brazos, y lanzóse sobre el hielo.

«Otro contratiempo»—pensó Levine, subiendo á su vez la escalera.

— No se fatigue usted; se necesita costumbre—le gritó Nicolás Cherbatzky.

Levine patinó algún tiempo antes de tomar impulso y después bajó la escalera, procurando conservar el equilibrio con sus manos; en el último peldaño se enganchó, é hizo con violencia un movimiento para desprenderse, recobró el equilibrio, y lanzóse en el hielo sonriendo.