Página:Ana Karenine Tomo I (1887).pdf/38

Esta página no ha sido corregida
36
Ana Karenine

tocado; mas para Levine resaltaba entre la multitud como una rosa entre ortigas, iluminando con su sonrisa y su presencia cuánto había alli. ¿Me atreveré, pensó, á bajar hasta el hielo y acercarme á ella? El sitio donde estaba le pareció un santuario, al que temía acercarse; y tanto miedo tuvo, que poco le faltó para retroceder. No obstante, haciendo un esfuerzo sobre sí mismo, llegó á persuadirse que estaba rodeado de personas de toda especie, y que en rigor también tenía derecho para patinar. En su consecuencia, bajó al hielo, guardándose tanto de fijar en ella los ojos como de mirar al sol, aunque no necesitaba esto para verla.

Era costumbre reunirse en el hielo una vez á la semana, siendo conocidos casi todos los concurrentes; había allí maestros en el arte de patinar, que iban para lucir su destreza; otros que hacían su aprendizaje detrás de los sillones, por lo regular muy jóvenes; y también caballeros que practicaban aquel ejercicio por higiene. A Levine le parecieron todos hombres favorecidos del cielo, porque estaban cerca de Kitty; aquellos patinadores deslizábanse á su alrededor, corrían detrás, alcanzabanla, y hasta la hablaban, divirtiéndose al parecer con el espiritu del todo libre, como si la presencia de la hermosa joven hubiera bastado para su felicidad.

Nicolás Cherbatzky, primo de Kitty, que vestia chaqueta y pantalón ceñido, estaba sentado en un banco, con los patines en los pies, cuando divisó á Levine.

—¡Ah!—exclamó—¡ he aquí el primer patinador de Rusia!

¿Hace mucho tiempo que estás aqui? Vamos, ponte los patines pronto, que el hielo está excelente!

—No los he traido—contestó Levine, admirado de que se pudiese hablar en presencia de Kitty con aquella libertad y audacia, y sin perderla de vista un segundo, aunque no la miraba. La joven, visiblemente temerosa, con sus aitas botinas de patines, se lanzó hacia él desde el rincón donde se hallaba, seguida de un mancebo que vestía traje ruso y trataba de adelantarse, haciendo los ademanes desesperados de un patinador torpe.

Kitty no avanzaba con seguridad; había retirado sus manos del manguito sostenido en su cuello por una cinta, y parecia dispuesta á cogerse á cualquiera cosa; miraba á Levine, á quien acababa de reconocer, y reíase de su propio temor.