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Ana Karenine

arreglarse un poco, entró en el despacho de aquél, proponiéndose darle cuenta de todo y pedirle consejo; pero su hermano tenía visita; hablaba con un célebre profesor de filosofía, llegado de Kharhoff expresamente para aclarar una mala inteligencia surgida entre ellos con motivo de una cuestión científica. El profesor estaba en guerra contra el materialismo. Sergio Kosnichef continuaba la polémica con interés, y habíale hecho algunas objeciones después de leer su último artículo. Censuraba al profesor por sus tolerancias sobre aquella doctrina, y éste había venido á explicarse él mismo. La conversación versaba sobre el asunto de moda: ¿hay un límite entre los fenómenos psíquicos y fisiológicos en los actos del hombre? ¿Dónde se halla este límite?

Sergio Ivanitch recibió á su hermano con la fría y amable sonrisa que le era habitual, y después de haberle presentado al profesor prosiguió el debate. El profesor era un hombrecillo que usaba anteojos, y detúvose un momento para contestar al saludo de Levine, continuando después la conversación sin hacer más caso del recién venido.

Levine tomó asiento para esperar hasta que se marchase, y muy pronto se interesó en el asunto de la discusión. Había leído en unas revistas los artículos de que se hablaba, con la atención que generalmente puede dispensar un hombre, cuando ha estudiado las ciencias naturales en la universidad, al desarrollo de este asunto; jamás había hecho comparación alguna entre estas cuestiones sabias sobre el origen del hombre, sobre la acción refleja, la biología, la sociología, y todas aquellas que le preocupaban cada vez más: el objeto de la vida y la muerte.

Siguiendo el debate, observó que los dos interlocutores establecían cierta relación entre las cuestiones científicas y las que se referían al alma; á veces creía que por fin abordarían este asunto; pero siempre que se acercaban, sólo era para alejarse en seguida con cierto apresuramiento, y profundizar después en el dominio de las distinciones sutiles, de las refutaciones, de las citas y de las alusiones; de modo que apenas podía comprenderlos.

—No puedo aceptar la teoría de Keis—decía Sergio Ivanitch en un elegante y correcto lenguaje—ni admitir tampoco que toda mi concepción del mundo exterior se derive únicamente