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Ana Karenine

milia, y especialmente las mujeres, parecíanle rodeados de una aureola misteriosa y poética; no solamente no descubria en ellos defecto alguno, sino que les suponía los más elevados sentimientos, las perfecciones más ideales. ¿Por qué aquellas tres señoritas hablaban el inglés y el francés un día sí y otro no? ¿ Por qué tocaban sucesivamente el piano?¿Por qué los maestros de literatura francesa, de música, de baile y de dibujo, se sucedían en la casa, y por qué á ciertas horas del día iban las tres en carretela, acompañadas de la señorita Linón, y paseaban en el bulevar de Tverskoi, escoltadas por un lacayo de brillante librea, y luciendo sus pellizas de seda? (Dolly llevaba una larga, Natalia una mediana, y Kitty una muy corta). Estas cosas y otras muchas eran incomprensibles para Levine; pero sabía que todo cuanto pasaba en aquella esfera misteriosa era perfecto, y aquel misterio le enamoraba.

Había comenzado por enamorarse de Dolly, la mayor, durante sus años de estudio; pero ésta se casó con Oblonsky; entonces creyó amar á la segunda, pues pareciale que debía amar necesariamente á una de las tres, sin saber á punto fijo cuál de ellas; mas apenas hizo su entrada en el mundo, Natalia se unió con el diplomático Lvof; y en cuanto á Kitty, aún era una niña cuando Levine dejó la universidad. El joven Cherbatzky se ahogó en el Báltico poco después de haber ingresado en la marina, y las relaciones de Levine con la familia comenzaron á ser más raras, á pesar la amistad que tenía con Oblonsky. Sin embargo, a principios del invierno, habiendo ido á Moscou, y después de pasado un año en el campo, volvía á ver á los Cherbatzky, y comprendió entonces cuál de las tres hijas debía amar. Nada más sencillo, al parecer, que pedir la mano de la joven princesa Cherbatzky: un hombre de treinta y dos años, de buena familia, y de no escasa fortuna, debía considerarse como un buen partido, y era verosímil que se le acogiera bien; pero Levine estaba enamorado; Kitty le parecia un sér perfecto, superior é ideal; y él se juzgaba, por el contrario, muy desfavorablemente, tanto, que no admitía que se le creyese digno de aspirar á semejante alianza.

Después de pasar en Moscou dos meses, que fueron como un sueño, viendo á Kitty todos los días en aquella sociedad, en que volvía á introducirse por causa de ella, volvió á mar-