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Ana Karenine

—¡No lo olvides ! Te conozco y sé que eres capaz de marcharte inmediatamente al campo—repuso Estéfano Arcadievitch sonriendo.

—No; te aseguro que iré.

Levine salió del gabinete, y sólo cuando hubo traspasado el umbral de la puerta recordó que había olvidado saludar á los colegas de Oblonsky.

— Ese hombre debe ser muy enérgico—dijo Grinewitchcuando Levine hubo salido.

—Sí—contestó Estéfano Arcadievitck encogiéndose de hombros es un mozo de suerte; propietario en el distrito de Karasinsk; tiene un gran porvenir y mucha juventud. ¡No es como nosotros!

— Tampoco tiene usted motivos para quejarse, señor Arcadievitch.

—Si, todo va mal—contestó Oblonsky suspirando profundamente.

VI

Cuando Arcadievitch preguntó á Levine para qué había venido á Moscou, su amigo se había sonrojado á pesar suyo, siendo así que hubiera podido contestar: «Vengo á pedir la mano de tu cuñada.» Tal era el único objeto de su viaje.

Las familias Levine y Cherbatzky, ambas de Moscou, y de antigua nobleza, habían mantenido siempre relaciones amistosas, y su intimidad se había estrechado durante los estudios de Levine en la Universidad de aquel punto, á causa de su intimidad con el joven príncipe Cherbatzky, hermano de Dolly y de Kitty, que estudiaba los mismos cursos. En aquella época, Levine iba muy á menudo á casa de Cherbatzky, y por extraño que esto parezca, estaba enamorado de toda la casa, particularmente de la parte femenina de la familia. Habiendo perdido á su madre sin conocerla, y teniendo sólo una hermana de mucha más edad que él, en la casa de Cherbatzky fué donde encontró ese interior inteligente y honrado, propio de las antiguas familias nobles, del cual se veía privado por la muerte de sus padres. Todos los individuos de aquella fa-