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Ana Karenine

Dolly tomó una silla y sentóse; escuchaba con la respiración oprimida y con aire de piedad, y varias veces trató de hablar sin conseguirlo.

—Tú piensas en los niños—dijo al fin—cuando se trata de jugar con ellos; pero yo pienso, comprendiendo lo que han perdido. Esta era una de las frases que Dolly había preparado durante aquellos tres días.

Dolly le había dicho tú; miróla con agradecimiento é hizo ademán de coger una de sus manos; pero ella se desvió con expresión de disgusto.

—Haré todo lo posible por los niños—dijo;—pero aún no sé lo que debo resolver. ¿ Convendrá alejarlos de su padre, ó dejarios en compañía de un libertino, sí, de un libertino? Después de lo que ha pasado, ¿cree usted posible que vivamos juntos? ¡Conteste usted!—añadió levantando la voz.—Cuando mi esposo, el padre de mis hijos, mantiene relaciones ilícitas con su institutriz...

—Pero ¿qué hacer, qué hacer?—interrumpió Estéfano con voz dolorida, inclinando la cabeza y sin saber ya qué decir.

—Me irrita usted y me repugna—gritó Dolly animándose cada vez más: —esas lágrimas no son más que agua, porque jamás me amó usted, y veo que no tiene corazón ni dignidad.

No es usted más que un extraño para mí, sólo un extraño !

Y Dolly repitió con acento de cólera la palabra extraño, tan terrible para ella.

Estéfano la miró sorprendido y atemorizado, sin comprender hasta qué punto irritaba á Dolly con su compasión, el único sentimiento que le inspiraba su esposa, como ésta lo había comprendido ya; el amor se había extinguido para siempre.

En aquel instante, uno de los niños lloró en la habitación contigua, y la fisonomía de Daría Alexandrovna se dulcificó, como la de una persona que vuelve á la realidad; pareció vacilar un momento, pero al fin levantóse vivamente y se dirigió hacia la puerta.

«Sin embargo, ama á mi hijo—pensó Oblonsky, observando el efecto producido por el grito de la criatura.—Siendo así, ¿cómo me ha de aborrecer?» ¡Dolly, una palabra más!—dijo Estéfano.

—¡Si me sigue usted, llamaré á los criados y á los niños,