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Ana Karenine

lanzó al aire dos bocanadas de hume, volvió á dejarle, y cruzando al fin el salón con largos pasos, abrió una puerta que comunicaba con la habitación de su esposa.

IV

Daría Alexandrovna, vestida con un sencillo peinador y rodeada de varios objetos diseminados acá y allá, registraba en una canastilla; habíase recogido apresuradamente el cabello, escaso ya, pero en otro tiempo abundante y magnífico, y sus ojos, al parecer más grandes, por efecto de la flacura del rostro, conservaban una marcada expresión de espanto. Al oir los pasos de su esposo, volvióse hacia la puerta, y se esforzó para ocultar bajo un aire severo y desdeñoso la turbación que le causaba aquella entrevista tan temida. Hacía tres días que trataba en vano de reunir sus efectos y los de sus hijos para ir á refugiarse en casa de su madre, comprendiendo que era preciso castigar al infiel de una manera ú otra, humillarle, y devolverle una pequeña parte del mal que había causado; pero aunque se repitiese que le abandonaría, faltábale resolución para ello, porque no podia perder la costumbre de amarle, considerándole como su esposo. Además, confesábase que si en su propia casa le costaba trabajo gobernar á sus cinco hijos, peor sería allí donde se proponía llevarlos. El más pequeño se había resentido ya del desorden de la casa, y hallábase indispuesto á consecuencia de haber tomado un caldo pasado; y los otros no habían comido casi la vispera...

Y comprendiendo que nunca tendría valor para marcharse, procuraba engañarse á sí misma, reuniendo sus objetos.

Al ver que la puerta se abría, continuó revolviendo sus cajones sin levantar la cabeza hasta que su esposo estuvo junto á ella. Entonces, en vez del aire severo que se proponía tomar, volvió el rostro, en el que se pintaban el sufrimiento y la vacilación.

— Dolly!—dijo Estéfano dulcemente, con acento triste y sumiso.

La ofendida esposa le examinó con rápida mirada, y al verle rebosando lozania y salud, pensó para sí: «Es feliz y está