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Ana Karenine

aturdido al volver á su antiguo género de vida; pero pronto se acostumbró de nuevo.

El famoso café no llegó á servirse nunca, pues desbordándose de la cafetera, cayó sobre la alfombra y manchó el vestido de la baronesa; pero en cambio dió lugar á muchas bromas, excitando la hilaridad de todos.

—Vamos—dijo la baronesa—ahora me marcho, porque si me quedara no se vestiría usted nunca, y no quiero cargar la conciencia con el peor de los crímenes que puede cometer un hombre bien educado, cual es el de no lavarse. ¿Con que me aconseja usted que proceda con rigor?

—Si—contestó Wronsky; pero de modo que pueda usted acercar esa linda mano á sus labios, pues él la besará, y todo quedará arreglado.

—¡Pues hasta la noche en el Teatro Francés!

Y la baronesa, arrastrando su vestido, desapareció.

Kamerowsky se levantó también, y Wronsky, sin esperar a que se marchase, ofrecióle la mano y pasó á su habitación.

Mientras que se lavaba, Petritzky le bosquejó á grandes rasgos la situación: faltaba el dinero; el padre no quería dar un cuarto ni pagar la menor deuda; un sastre estaba resuelto á mandar prenderle, y otro quería hacer lo mismo. El coronel le había amenazado con expulsarle del regimiento si el escándalo continuaba. La baronesa era muy enojosa, sobre todo á causa de sus continuas ofertas de dinero, pero había otra en campaña, verdadera belleza de estilo oriental, especie de Rebeca que presentaría á su amigo. Debía efectuarse un lance de honor con Berkashef, que trataba de enviar sus padrinos, pero no haría nada; por lo demás, todo iba bien y se salía del paso. Después de haber dicho todo esto apresuradamente, Petritzky habló de las noticias del día, sin dejar á su amigo tiempo de enterarse bien de nada.

Estas habladurías, aquella habitación que ocupaba hacía tres años, y todo aquel conjunto que veía, contribuyeron á que Wronsky adoptara más fácilmente las costumbres propias de su género de vida en San Petersburgo, y hasta experimentó cierto bienestar al verse otra vez en su antiguo centro.

—Es posible?—exclamó al oir á su amigo decirle que cierta joven llamada Laura había abandonado á Fertinghof para trabar relaciones con Mileef.— Es siempre tan estúpido