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Ana Karenine

—¿Por qué no? Después de comer, haré otro tanto.

—Después de comer no tiene gracia. Caballero Wronsky, voy á preparar el café mientras que usted se viste—dijo la baronesa, volviéndose hacia el joven.— Pedro—añadió, llamando así á Petritzky, á causa de su nombre de familia, sin disimular sus relaciones con él.—Déme usted un poco más de café para añadir á éste.

—Se echará á perder.

—Nada de eso, no hay cuidado.—¿Y la esposa de usted?dijo de repente la baronesa, interrumpiendo la conversación de Wronsky con sus compañeros... Aqui le suponemos á usted casado. ¿La trae usted en su compañía?

—No, baronesa; soy soltero y lo seré.

—Tanto mejor; nos podemos dar la mano.

Y sin dejar tiempo á Wronsky para marcharse, la baronesa comenzó a referir sus últimas aventuras, pidiendo consejo, y permitiéndose muchas bromas.

— No quiere autorizarme para el divorcio! ¿Qué debo hacer? (hablaba del marido). Me propongo entablar un proceso. ¿ Qué le parece a usted?—Kamerowsky, cuidado con el café, que se sale;... ya ve usted que hablo de negocios. Si, pediré el proceso, porque tiene toda mi fortuna. Bajo el pretexto de que le soy infiel, quiere utilizarse de mis bienes.

Wronsky se divertía con aquella charla, y aprobaba á la baronesa, dándole consejos de vez en cuando; pero tomaba el tono habitual de sus relaciones con aquella clase de mujeres.

Según las ideas de esta sociedad de San Petersburgo, la humanidad se divide en dos clases muy distintas: la primera compuesta de gente insulsa, necia, y sobre todo ridícula, que se imagina que un marido debe vivir solo con su esposa; que las jóvenes han de ser puras, las mujeres castas, los hombres valerosos y firmes; que es preciso educar á los hijos, ganarse la vida, pagar las deudas y otras necedades por el estilo: esta clase es la de la gente pasada de moda y fastidiosa. En cuanto a la segunda, para pertenecer á ella era preciso ante todo ser elegante, generoso, audaz y divertido, y entregarse sin rubor á todas las pasiones, burlándose de lo demás.

Wronsky, que aún se hallaba bajo la impresión de la atmósfera de Moscou, tan diferente de aquella, quedó un poco