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Ana Karenine

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129 Alejo Alexandrovitch volvió del ministerio á eso de las cuatro; pero faltóle tiempo, como le sucedía a menudo, para entrar en la habitación de su esposa, y dirigióse desde luego á su despacho á fin de dar audiencia á los solicitantes que le esperaban, y firmar algunos papeles del jefe de negociado.

Á la hora de comer llegaron los convidados (los Karenine recibían cada dia á cuatro personas): eran una anciana prima de Alexandrovitch, un jefe de división del ministerio con su csposa y un joven recomendado al señor de Karenine para asuntos del servicio.

Ana se presentó en el salón para recibir. El gran péndulo de bronce de la época de Pedro I acababa apenas de dar las cinco, cuando Alexandrovitch salió de su gabinete, en traje de etiqueta con dos condecoraciones y corbata blanca; érale preciso presentarse en sociedad después de comer; todos sus momentos estaban contados, y para desempeñar durante el día sus diversas ocupaciones debía sujetarse á una puntualidad rigorosa: tenía por tema: «sin prisa y sin reposo.»» Alentrar saludó á todos y sentóse á la mesa, sonriendo á su esposa.

—¡Al fin terminó mi soledad!—la dijo;—no podrías imaginarte qué molesto es (y recalcó en esta palabra) estar siempre solo.

9 Durante la comida interrogó á su esposa sobre Moscou y Estéfano Arcadievitch en particular, siempre con su burlona sonrisa; pero la conversación se generalizó, versando principalmente sobre asuntos del servicio y la sociedad de San Petersburgo.

Terminada la comida, el señor de Karenine se entretuvo media hora con sus convidados, y después salió para ir al consejo, no sin estrechar antes la mano de su esposa. Ana había recibido una invitación para asistir á la tertulia de la princesa Betsy Tverskoï; pero no fué, así como tampoco al teatro, donde tenía palco; prefirió quedarse en casa, porque la costurera no le había cumplido su palabra.

TOMO I