Página:Ana Karenine Tomo I (1887).pdf/13

Esta página no ha sido corregida
11
Ana Karenine

pojaba de la bata resueltamente, añadió: —Vamos, dame mi ropa pronto.

Matvei, soplando sobre la almidonada camisa de su amo unas partículas invisibles de polvo, entregósela con evidente satisfacción.

III

Una vez vestido, Estéfano Arcadievitch se perfumó, arreglóse los puños, puso en los bolsillos, según su costumbre, los cigarrillos, la cartera, los fósforos y el reloj con doble cadena y dijes; después arrugó el pañuelo; y á pesar de sus desgracias, sintiéndose remozado y físicamente feliz, dirigióse hacia el comedor, donde le esperaba ya su café, y junto á éste sus cartas y papeles.

Recorrió las cartas rápidamente; una de ellas le desagradó; era la de un traficante que compraba madera en una tierra de su mujer; era forzoso venderla; pero mientras no se efectuase la reconciliación, no se podía tratar de este asunto, porque sería muy enojoso mezclar una cuestión de interés con la principal, que era la reconciliación. La idea de que se creyese que él la buscaba por amor al dinero, le parecía ofensiva.

Después de leer las cartas, Estéfano acercó á sí los papeles; hojeó vivamente dos escrituras, escribió algunas notas con un lápiz muy grueso; y rechazando al fin los documentos comenzó á almorzar: mientras tomaba el café, desdobló un diario de la mañana y leyó.

Este diario, aunque liberal, no era muy avanzado, y sus tendencias convenian á la mayoria del público. Por más que Oblonsky no se interesase mucho en la ciencia, ni en las artes ni en la política, no por eso dejaba de aferrarse á las opiniones de aquel diario en todas estas materias, sin cambiar de parecer hasta que todo el público juzgaba de otro modo.

Mejor dicho, sus opiniones le abandonaban de por sí, después de haberlas aceptado él sin tomarse la molestia de escogerlas; adoptabalas como las formas de sus sombreros y de sus levitas, porque todo el mundo las llevaba; y viviendo en una sociedad en que se hace obligatoria con los años cierta activi-