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Ana Karenine

rimentó una orgullosa alegría. Inútil era preguntarse por qué estaba allí; Ana sabía, con tanta seguridad como si él se lo hubiese dicho, que se hallaba allí sólo por ella.

—Ignoraba que se propusiese usted ir á San Petersburgodijo Ana.— Qué le llama allí?—preguntó, sin poder disimular la alegría que iluminó su semblante.

—¿Por qué voy?—repitió Wronsky, mirándola fijamentebien sabe usted que sólo voy para estar á su lado; no he podido hacer menos.

En aquel instante el viento, como si hubiese vencido todos los obstáculos, barrió la nieve del techo de los coches y agitó triunfalmente una plancha de zinc que acababa de desprender; mientras que el silbato de la locomotora producía un sonido plañidero y triste: jamás el horror de la tormenta había parecido tan hermoso á la bella Ana. Acababa de oir palabras que su razón temía, pero que su corazón deseaba.

Guardó silencio, pero comprendía la lucha que en ella se empeñaba.

—Dispenseme usted si le disgusta lo que acabo de contestar—murmuró Wronsky humildemente.

Hablaba con el mayor respeto, pero con un tono tan determinado, que Ana estuvo mucho tiempo sin responder.

—Lo que usted ha dicho no está bien—replicó al fin—y si se tiene por caballero galante, debe olvidarlo, como yo lo olvidaré también.

—Yo no olvidaré, ni me será posible olvidar nunca, ninguno de los ademanes ni de las palabras de usted...

—Basta, basta—exclamó Ana, procurando inútilmente comunicar á su rostro, que el joven observaba con amor, una expresión de severidad. Y apoyándose en el poste, franqueó rápidamente los peldaños de la pequeña plataforma y entró en el coche. Detúvose junto á la portezuela, deseosa de recordar lo que acababa de ocurrir, mas no halló en su memorial las palabras pronunciadas entre los dos; sólo comprendía que aquella conversación de pocos minutos les había acercado más; establecía como un lazo entre ella y el joven conde, y esto la espantaba, complaciéndola al mismo tiempo.

Á los pocos segundos entró del todo en el coche y fué á ocupar su asiento.

Su excitación nerviosa aumentaba cada vez más; parecíale