Página:Ana Karenine Tomo I (1887).pdf/120

Esta página no ha sido corregida
118
Ana Karenine

La hermosa dama fué á sentarse al lado de Annouchka, su doncella, en el pequeño diván, y examinó el compartimiento, débilmente iluminado. «Á Dios gracias se dijo — mañana volveré á ver á mi hijo y á Alejo Alexandrovitch, y mi vida volverá á ser la misma de antes.»» Con esa necesidad de agitarse de que estuvo dominada todo el día, Ana hizo minuciosamente sus preparativos para la noche; con sus lindas manos sacó del maletin una almohada, púsola sobre sus rodillas y se tapó los pies. Una dama enferma arreglaba ya también sus cosas; otras dos entablaron conversación con Ana; y una vieja, rodeando sus piernas con una manta, hizo varias observaciones críticas sobre la calefacción. Ana contestó á lo que la dijeron; pero como no tenía interés alguno en la conversación, pidió á su camarera la linterna de viaje, fijóla en el respaldo de su asiento, y tomó de su saco una novela inglesa y una plegadera. Al principio le fué dificil leer, porque a cada momento pasaba álguien junto á ella, pero cuando el tren se puso en movimiento, escuchó involuntariamente los ruidos exteriores: la nieve que azotaba los vidrios, el conductor que pasaba, completamente cubierto de blancos copos, la conversación de sus compañeras de viaje, que hablaban de la tempestad que reinaba; todo, en fin, era para Ana motivo de distracción. Después se siguió algo más monótono; siempre las mismas sacudidas y el mismo ruido, la misma nieve en la ventanilla, é iguales cambios bruscos de temperatura, del calor al frío y viceversa, los mismos semblantes y las mismas voces. Ana consiguió al fin leer y comprender lo que leía, mientras que su camarera dormitaba ya, con el saco sobre las rodillas, sostenido por sus gruesas manos revestidas de guantes de abrigo. Sin embargo, la lectura no la inducía á interesarse en la vida de otro; érale esto intolerable, porque necesitaba demasiado vivir para sí misma.

La heroína de su novela cuidaba enfermos: Ana hubiera querido imitarla; un diputado del Parlamento pronunciaba un discurso Ana deseó hallarse en su lugar; la joven María montaba á caballo, admirando al mundo por su audacia: Ana sintió que no le fuera posible hacer lo mismo; érale preciso permanecer tranquila, y sus pequeñas manos atormentaron impacientemente la plegadera.

El héroe de su novela llegaba al fin al apogeo de su dicha,