Página:Ana Karenine Tomo I (1887).pdf/119

Esta página no ha sido corregida
117
Ana Karenine

—¡Oh! esas cosas se sienten de pronto—dijo Dolly.

—Me desesperaría si por parte de él hubiese alguna dificultad seria—interrumpió Ana: —pero estoy convencida de que todo se olvidará pronto, y de que Kitty no me tendrá mala voluntad.

—A decir verdad, no sentiría que se descompusiera el proyecto de matrimonio en el caso de que Wronsky se hubieseenamorado de ti en solo un día.

—¡Dios mio, eso fuera una locura!—exclamó Ana, ruborizándose de placer al ver que Dolly emitía el mismo pensamiento que ocupaba su espíritu. — Hete aquí que ahora me marcho, dejando á Kitty como enemiga, siendo así que la amaba tanto. Pero ya arreglarás tú esto, ¿no es verdad?

Dolly reprimió á duras penas una sonrisa. Amaba á su cuñada, pero no le disgustaba encontrar en ella también debilidades.

—Una enemiga? repitió;—es imposible.

—Hubiera deseado que me amaseis tanto como yo os amodijo Ana con lágrimas en los ojos. ¡Dios mío, cuántas tonterías digo hoy!

Y pasándose un pañuelo por los ojos, comenzó á arreglarse.

Por fin llegó el momento de marcha: Estéfano Arcadievitchse presentó con el rostro enrojecido y animado, oliendo á vino y tabaco.

La ternura de Ana se había comunicado á Dolly, y al abrazarse por última vez, ésta murmuró al oído de aquella: «Piensa, querida Ana, que no olvidaré nunca lo que has hecho por mí, y que te amo y amaré siempre como á mi mejor amiga.» —No comprendo por qué—contestó Ana, abrazando á Dolly y reteniendo sus lágrimas.

—Me has comprendido y me comprendes aún. ¡Adiós, querida mía!

XXIX

«¡Todo acabó al fin, á Dios gracias!» pensó Ana después de despedirse de su hermano, que había ocupado con su persona la entrada del coche hasta que hicieron la tercera señal.